Lagarde cumple tres años, al frente del BCE

Lagarde cumple tres años, al frente del BCE

La presidenta de la autoridad monetaria europea, a la que todos auguraban un mandato sin grandes sobresaltos, se ha encontrado sin apenas meses de tranquilidad. En momentos extremadamente delicados para la zona euro, Lagarde ha tenido que aprender la sutileza de las intervenciones de un banco central a base de encontronazos con los inversores.

"No traten de hacer comparaciones, ránking o extrapolaciones entre mis palabras y las de mis predecesores. Tendré mi propio estilo, seré yo misma y, por lo tanto, distinta". Esa fue la carta de presentación de Christine Lagarde como presidenta del Banco Central Europeo (BCE). Mañana cumple tres años al frente de la institución.

La ex directora gerente del Fondo Monetario Internacional (FMI) llegó a Fráncfort para sustituir a Mario Draghi, 'superMario', considerado por muchos como el salvador del euro. Eran unos zapatos difíciles de calzar, por lo que buscó pronto distanciarse de su predecesor e instaurar su propio modelo. Sin experiencia alguna en una autoridad monetaria, Lagarde articuló sus principales bazas para liderar el BCE en su capacidad de gestión de grandes instituciones y el diálogo.

En el horizonte de la banquera francesa, la primera presidenta del BCE no economista, se alzaba la revisión estratégica de la política monetaria del organismo -la primera desde 2003- como principal tarea. La lucha contra el cambio climático, la transparencia y la reducción de la desigualdad y la brecha de género fueron, ya en enero de 2020, algunas de las grandes causas no monetarias que abrazó Lagarde.

La nueva presidenta quería pelear esas batallas que habían quedado apartadas por las prioridades del anterior presidente ante la crisis de deuda en Europa como una forma de escribir su propia historia sabiendo que en política monetaria la labor ya estaba hecha y era difícil hacerse un nombre a la sombra de Draghi.

Sin grandes nubes en el horizonte tras el último paquete de estímulos -anunciado apenas unos meses antes de su llegada-, los analistas auguraban un mandato aburrido lejos de los momentos de alta tensión vividos unos años antes. Pero nada más lejos de la realidad.

Una pandemia, una guerra en Europa y una inflación galopante, acontecimientos arrolladores y completamente inesperados, han obligado a Lagarde a actuar con rapidez y a aprender de forma vertiginosa las sutilezas de su cargo. Llegó sin experiencia previa en política monetaria, con el aval de una trayectoria política al frente del FMI y en la cartera francesa de finanzas, valiosa para recomponer el consenso en el Consejo de Gobierno del BCE que había quedado maltrecho durante la personalista presidencia de Mario Draghi. Y esas tablas en política le han servido para convertirse en bregada banquera central al cabo de un trienio de vértigo.

Sus comienzos en la presidencia del BCE fueron titubeantes. Asumía la dirección del banco central bajo la pesada herencia de Mario Draghi, que había logrado una total sintonía con los mercados financieros en su política de comunicación. Lagarde pudo comprobar el poder destructor de las palabras de un banquero central cuando a mediados de marzo, al inicio de la pandemia y ya con la prima de riesgo italiana disparada, afirmó que no era tarea del BCE controlar los diferenciales. "Ha sido probablemente su mayor error. Pero su mandato está siendo acertado, ha logrado consolidar una comunicación creíble, con decisiones con suficiente flexibilidad y mano izquierda", señala Roberto Ruiz-Scholtes, jefe de estrategia de Singular Bank.

Para Philippe Waechter, economista jefe de Ostrum AM, del grupo Natixis, aquel error "reveló que no era una banquera central, no era una economista. Pero trabajó duro y ahora es una verdadera banquera central". "Es buena hablando, sin leer notas. Al igual que Powell, es muy pragmática y en estos tiempos de inflación muy alta, este tipo de voz es importante para el público", añade Frederick Ducrozet, director de análisis macroeconómico de Pictet WM.

El perfil político de Lagarde ha sido muy útil para forjar los dos grandes consensos de su mandato. Primero, la activación del plan extraordinario de compras durante la pandemia (PEPP por sus siglas en inglés), en principio por 750.000 millones de euros y ampliado después a los 1,3 billones. Y, más recientemente, la primera subida de tipos en la historia del BCE de 75 puntos básicos, en plena ofensiva monetaria frente a la inflación.

En opinión de Ducrozet, "es todo un logro para Lagarde haber alcanzado la unanimidad en la primera subida de tipos del 0,75%. Es en parte atribuible al cambio de profesionales como Draghi, Constancio y Praet a otros como Lagarde, Schnabel y Lane, ex ministros de finanzas y políticos, más sensibles a la inflación". El Consejo de Gobierno del BCE está integrado de hecho por varios gobernadores con una reciente trayectoria política, como el finlandés Olli Rehn, exministro en su país y excomisario europeo, o Mario Centeno, expresidente del Eurogrupo y exministro de finanzas portugués, además del exministro de economía español y hoy vicepresidente del BCE, Luis de Guindos.

Pero estas trayectorias no ponen en cuestión el foco del mandato del BCE: la estabilidad de precios. "El principal éxito de Lagarde es que ha reforzado la estrategia de Draghi. El BCE era muy político bajo la presidencia de Trichet. Se convirtió en un verdadero banco central con Draghi y Lagarde no cambió esta estrategia. Es importante a largo plazo", apunta Waechter.

El alza desbocada de los precios en la zona euro es ahora la bestia negra de Lagarde. Su discurso sobre la inflación se ha ido amoldando desde un análisis inicial en el que el alza de precios era un fenómeno transitorio, causado por la reapertura de la economía tras el cerrojazo de la pandemia, hasta el mensaje actual de contener el alza de precios por encima de todo. Incluso por encima del crecimiento si fuera necesario.