La Reserva Federal de EE UU lleva afirmando desde hace meses que será tolerante con el alza de los precios y que no entra en sus planes una retirada abrupta de los estímulos sobre los que se asienta la recuperación. Pero los datos no se lo están poniendo fácil. En un momento en el que aumentan las voces que alertan un sobrecalentamiento de la economía la publicación del IPC disparó las alteras. En términos interanuales los precios se dispararon al 5%, máximos de septiembre de 2008 y muy por encima del objetivo del 2% de la institución. La inflación subyacente, que excluye alimentos y energía, subió al 3,8%, su nivel más alto en 28 años.
Con estos datos sobre la mesa, la próxima semana la Fed celebra su reunión de política monetaria, una cita en la que todas las miradas estarán puestas en el programa de compras de activos. Las actas del pasado encuentro revelaron que varios funcionarios son partidarios de comenzar a discutir la reducción de las compras. Hasta la fecha el banco central estadounidense viene adquiriendo deuda del Tesoro y cédulas hipotecarias a un ritmo de 120.000 millones de dólares al mes. A ello se unen las declaraciones efectuadas por la secretaria del Tesoro, Janet Yellen, que ha apuntado que con el ritmo de recuperación actual la Fed puede verse obligada a subir los tipos para evitar el sobrecalentamiento.
De momento no hay fecha para el tapering y el presidente de la Fed, Jerome Powell, se ha comprometido a no tocar la política monetaria hasta lograr la estabilidad de los precios y el pleno empleo. Lograr un equilibrio entre ambos indicadores es cada vez más complicado. Mientras la inflación empieza a dispararse, el mercado laboral, aunque se ha recuperado, sigue mostrando debilidad. Los datos de creación de empleo publicados la semana pasada se situaron muy por encima de los conocidos en abril, pero volvieron a poner de manifiesto que a las empresas les está costando cubrir las vacantes y se ven obligadas a elevar los salarios. Esto se traduce en mayores presiones inflacionistas en un contexto en el que los cuellos de botella en las plantas de producción y el alza de las materias primas –el Brent está en máximos de dos años– presiona a los bancos centrales.
Aunque la Fed y el BCE no prevén realizar cambios, los inversores no terminan de creérselo. Donde más se está dejando sentir esto es en el mercado de deuda. Nada más publicarse el dato de inflación, el bono de EE UU, que el miércoles cayó del 1,5% por primera vez en tres meses, repuntó al 1,52%. Conforme pasaban las horas la tranquilidad se fue imponiendo y la deuda con vencimiento en 2031 concluyó en el 1,46%. Los expertos fijan el encuentro anual de Jackson Hole como el momento para el anuncio del tapering. A ello se une el anuncio realizado en los últimos días en el que la Fed ha adelantado que comenzará a vender los bonos corporativos comprados en el programa antipandemia, un paquete valorado en 1,4 billones de dólares.
En sintonía la Fed, Stephen Scherr, director financiero de Goldma Sachs, señaló a CNBC que el alza de la inflación probablemente sea transitoria, pero reconoció que un fuerte aumento tendría consecuencias negativas. “Es probable que una inflación ligeramente superior a la esperada permita a al banco central posponer las conversaciones sobre la reducción de sus compras en su reunión de la próxima semana. Un tapering prematuro y unos mayores rendimientos de los bonos serían probablemente el mayor riesgo para la rentabilidad de los inversores en este momento”, señala Ben Laidler, estratega de mercados globales de la plataforma de inversión en multiactivos eToro.
Esta visión contrasta con la defendida por Hernán Cortés, cogestor del fondo Olea Neutral, que considera que una subida de precios como esta, apoyada en unos niveles de crecimiento económico muy fuertes para 2021 y 2022, “podría consolidar la inflación a medio plazo a niveles iguales o superiores al objetivo del 2%”. Ante este escenario el experto cree que podrían darse las condiciones para empezar a hablar de retirada de estímulos monetarios.