La cesta de la compra en España es hoy un 4% más cara que hace un año, un salto sin precedentes desde 2008 que es consecuencia fundamentalmente del imparable avance de los precios de la energía. Así lo anticipa el dato provisional adelantado del Índice de Precios al Consumo (IPC) del mes de septiembre, publicado ayer por el Instituto Nacional de Estadística (INE), que dibuja una escalada de la inflación que amenaza con situar la media anual claramente por encima del 3%. Un umbral que, además de relevantes sobrecostes presupuestarios de cara a 2022, puede deslucir la progresiva recuperación de las rentas empresariales y salariales tras la debacle provocada por las crisis del Covid.
El IPC de septiembre, que marcó un 0,8% en tasa mensual, supone un incremento de siete décimas frente al 3,3% interanual alcanzado en agosto, que ya marcaba la mayor cota desde 2012. El avance demuestra que, pese a las medidas impulsadas por el Gobierno para tratar de frenar la escalada de los precios de la luz, la factura eléctrica sigue tirando con fuerza de la inflación.
“En este comportamiento destaca la subida de los precios de la electricidad, mayor este mes que en septiembre del año pasado”, detalla el INE, que agrega que “también influye, aunque en menor medida, que los precios de los paquetes turísticos bajaron más en 2020 que este año, y que los precios de los carburantes y lubricantes para vehículos personales subieron, frente al descenso del año anterior”.
Con todo, y pese al indudable efecto del encarecimiento del suministro eléctrico (que en agosto arrojaba un alza mensual del 7,8% y del 35% anual), la subida de precios comienza a calar en el conjunto de la economía. Así lo indica la inflación subyacente, que descarga el índice general de precios de los elementos más volátiles, como los productos energéticos o los alimentos no elaborados, que crece en tres décimas en el mes de septiembre hasta situarse en el 1%.
Una subida que parece indicar que el movimiento inflacionista es generalizado, aunque más tenue una vez descontado el peso de la electricidad. Después de todo, los tres puntos que diferencian ya el IPC general de la tasa subyacente son la brecha más amplia registrada desde el comienzo de la serie estadística, en agosto de 1986.
Conviene matizar que el repunte de la inflación en términos interanuales se da frente al ejercicio 2020, absolutamente anormal por el efecto de la pandemia. De hecho, el IPC pasó en negativo desde abril a diciembre del año pasado, volviendo al terreno positivo a partir de enero, una vez además que el INE revisó el peso cualitativo de los distintos artículos de la cesta de la compra para adecuarlo a los nuevos hábitos de consumo desarrollados desde la irrupción del Covid en el país. Aun así, el avance del IPC se ha ido intensificando desde el 1,3% de marzo y el 2,2% de abril (que comparan con las primeras semanas del Gran Confinamiento), hasta el 4% actual, que supone el séptimo mes de ascensos consecutivos.
El dato llega solo unos días después de que los precios industriales, los aplicados por el sector manufacturero a los productos que fabrica, se disparasen un 18% interanual en agosto en su mayor avance desde 1980, en plena crisis petrolera. En medio de avances del 41,6% en los costes energéticos y dados los cuellos de botella que se están produciendo ya en las cadenas de suministro, la situación no tiene visos de revertirse a corto plazo.
Semejante incremento de precios amenaza, por lo tanto, con comerse parte del poder adquisitivo de las familias y de los márgenes empresariales, opacando la progresiva recuperación de las rentas salariales y productivas.
Hay que tener en cuenta que el excedente de explotación bruto retrocedió un 11,9% en el conjunto de 2020, más del doble que la remuneración de los asalariados (que descendió un 5,56% en una caída amortiguada por medidas como los ERTE). Ambas variables seguían cayendo en el arranque de 2021, si bien en el segundo trimestre del año las rentas productivas crecían un 16,4% y las salariales un 12,3%, siempre según los datos del INE. La inflación, sin embargo, resta potencia de fuego real a ambas variables, pues esos fondos adicionales sirven ahora para ejecutar menos inversiones y compras.