Los persistentes atascos en las cadenas de suministros globales, que amenazan con una crisis de abastecimiento a las puertas de la Navidad, serán muy dañinos para la economía española. Así lo advierte el Banco de España, que en un documento publicado ayer estima que los cuellos de botella en la producción y los aprovisionamientos “podrían provocar una reducción apreciable en la tasa de crecimiento del PIB español” tanto en la recta final de este año como a lo largo del que viene.
El supervisor calcula que esta crisis de suministro, que lejos de amainar se ha recrudecido en las últimas semanas, podría costar a España entre dos y tres décimas de PIB en 2021 y entre cinco y nueve en 2022. Esto es, una factura que en el peor de los casos podría volatilizar 1,2 puntos de crecimiento entre los dos ejercicios; es decir, más de 14.000 millones de euros si se calcula con el PIB registrado en los últimos doce meses (1,17 billones de euros).
En el mejor de los escenarios, el impacto negativo rozaría los 8.200 millones (el 0,7% del PIB). Una crisis que, además, no será flor de un día ni de unas semanas. En sus cálculos, el Banco de España asume que se prolongará durante “los tres primeros trimestres” de 2022.
Aunque la escasez de materiales se extiende como una mancha de aceite por el mapa productivo español, el epicentro del seísmo se encuentra en la industria de automoción, donde la falta de semiconductores y circuitos integrados ha obligado a muchos fabricantes “a paralizar o a recortar sus planes de producción”, señala el informe. En esa situación se encuentran marcas como Volkswagen, que ha congelado la producción en su planta de Navarra hasta el 13 de diciembre (su tercer parón en apenas dos meses), mientras que marcas como Renault y Seat prolongarán sus ERTE hasta junio. La carestía de microchips ha provocado que más de 100.000 pedidos se encuentren en lista de espera, según Faconauto.
Precisamente, el mayor impacto sobre el crecimiento español provendrá del sector del automóvil, que podría restar siete décimas al PIB entre este año y el que viene, lo que, según el Banco de España, “resulta coherente con el elevado peso y relevancia de este sector en nuestra economía”, que la propia patronal del automóvil, Anfac, cifra en el 8,5% del PIB en 2020.
Todo un misil en el proceso de recuperación de la economía, que afronta este grave problema en el contexto de una borrasca perfecta: una crisis energética sin parangón desde la década de los 70 del siglo pasado; una espiral inflacionista que ya ha ralentizado el ritmo de la recuperación y un rally alcista de las materias primas que ha terminado de estrangular los márgenes de las empresas. Una cadena de shocks interrelacionados y que se retroalimentan, sin olvidar el posible impacto económico del repunte de los contagios en toda Europa y de la irrupción de la variante Ómicron.
El propio Banco de España estimó el miércoles que, en aquellos sectores más aquejados por la escasez de materiales, un 60% del incremento de los precios se debería precisamente al déficit de suministros. Una bola de nieve que no ha parado de engordar, provocando “un incremento récord de los costes de los insumos y, en consecuencia, de las tarifas cobradas, ya que las empresas no tuvieron más alternativa que proteger sus márgenes de beneficios lo mejor posible”, señaló Markit ese mismo día, en el que constató que “las presiones de la oferta y los precios continúan limitando el crecimiento económico” en España.
Pero si bien el sector del automóvil está siendo el gran pagano de los embudos en el abastecimiento, no es, ni mucho menos, el único afectado. La falta de material y los precios astronómicos también están lastrando la producción en las industrias de caucho y plásticos, del papel, de material y equipo eléctrico, de informática y electrónica y de productos metálicos, donde se calcula una caída de producción de unos 2,3 puntos porcentuales “tras tres o cuatro trimestres”.