La Comisión Europea ya ha redactado una propuesta para reformar las nuevas reglas fiscales europeas. Y estos serán mucho más un traje a la medida de cada pareja que un corsé que todos deben ponerse sin importar las circunstancias. En la propuesta, que se dará a conocer la próxima semana, el ejecutivo comunitario propondrá trabajar con los países afectados para elaborar planes fiscales de cuatro años, que pueden ampliarse hasta siete si se adoptan reformas e inversiones. Según varias fuentes comunitarias, Bruselas también aumentará los límites de gasto nacional (es decir, sin contar con fondos comunitarios) o impondrá sanciones inferiores a las actuales -que acabarán sin pagarse- pero que provocarán una pérdida de reputación en los mercados, con la consiguiente Penalización de Prima de Riesgo.
La comunicación, que el Ejecutivo comunitario presentará el miércoles, abrirá un largo debate entre la Comisión y los Estados miembros. Varias capitales ya han tomado posiciones para esta discusión, y se puede trazar una clara frontera entre las demandas de Holanda, Alemania y otros estados tradicionalmente más a favor de la disciplina fiscal, y otros como Francia, Italia o España, donde es grande por su preocupación al respecto, dados los altos niveles de deuda pública que están acumulando.
La pandemia se produjo en un momento en que muchos países, entre ellos España, todavía intentaban recuperarse de la crisis financiera, que disparó la deuda pública. Los ERTE, Ayudas Directas a la Empresa o Renta Básica, exigían ingentes sumas de dinero y la recaudación se desplomaba antes de cesar la actividad. Hacer frente a la montaña de la deuda (94,2% del PIB en el conjunto de la eurozona) se ha convertido en un reto que, bajo las reglas actuales, amenaza con hundir a los países más endeudados en una profunda recesión. Por eso, desde que la Comisión retomó la idea de revisar las reglas hace un año, ha advertido de que también se trata de luchar por una regulación «creíble».
Tanto de las ideas que ya han esbozado públicamente los líderes comunitarios -como el comisario de Economía, Paolo Gentiloni- como de los detalles que saldrán a la luz el miércoles, se puede deducir que la «credibilidad» de las normas en vigor exige una reforma del sistema fiscal requiere mecanismos correctores ya establecidos Ni Gentiloni ni el vicepresidente de la Comisión, Valdis Dombrovskis, propondrán cambios en los dos pilares principales del Pacto de Estabilidad y Crecimiento: el déficit público anual no debe superar el 3% y la deuda debe estar por debajo 60%. En su lugar, propondrán una nueva forma de reducir pasivos para los países que crucen este límite final (con datos de la segunda mitad del año, toda la eurozona excepto Holanda, las tres repúblicas bálticas e Irlanda). Pues eso debería pasar a razón de una vigésima al año hasta alcanzar ese umbral, un camino endiablado para países como Grecia, Italia, Portugal, España, Bélgica o Francia (todos con una deuda muy por encima del 100% del PIB).
El mecanismo propuesto por la Comisión -inspirado en el funcionamiento del fondo de recuperación- consiste en un plan de ajuste parcial de la deuda con objetivos creíbles a medio plazo (a largo plazo siempre existirá este horizonte del 60%), a negociar entre los Estado afectado y el ejecutivo comunitario y debe ser sancionado por el Consejo de la UE. En principio, este plan tendría una duración de cuatro años, pero si el país en cuestión apuesta por reformas y compromisos, se puede extender hasta siete años, siempre según las mismas fuentes europeas. Bruselas concede gran importancia a esta ampliación, ya que implica la implicación de los gobiernos nacionales y trata de escapar del sentimiento de dictar más tecnocrático que democrático, que prevaleció durante la crisis del euro.
El Pacto también contiene una regla que limita el gasto público que puede financiarse con recursos propios de cada estado, es decir, sin fondos comunitarios. Sin embargo, el capítulo de inversión podría omitir puntos destinados a las prioridades identificadas por la Unión Europea: transición verde, revolución digital y defensa. Estos son gastos que pueden aumentar el crecimiento potencial de los países. Pese a que fuentes comunitarias admiten que este argumento no es del todo aplicable a la defensa, recuerdan que estos gastos se encuentran entre las prioridades de los Veintisiete.
Otro capítulo en el que Bruselas propone cambios se refiere a las sanciones. Estos serán más pequeños, aunque están destinados a dañar la reputación. Queda por ver si esta reducción convencerá a los estados de aceptar las sanciones. Tal fue la resistencia que, a pesar de la apertura de expedientes, como ocurrió en Italia en 2018, nunca se ha impuesto ninguna sanción por incumplimiento de la normativa tributaria.
España, que firmó un documento muy ambiguo con los Países Bajos, puede estar satisfecha porque refleja su deseo de que no se imponga la misma regla de reducción de la deuda a todos, independientemente de su punto de partida. Francia e Italia también tienen motivos para sentirse relativamente identificados en el documento que está ultimando Bruselas, ya que abre la posibilidad de que las inversiones en temas como la transición digital o la defensa no se incluyan en la regla de gasto.