El IPC en marzo subió un 1,3% interanual, según el indicador adelantado publicado ayer por el Instituto Nacional de Estadística (INE), lo que, de confirmarse, arrojaría el mayor incremento en cinco años: un alza de casi un punto y medio respecto al mismo mes de 2020, cuando se situó en el 0,0%. Con respecto a febrero, el aumento ha sido de un punto, frente al mes pasado en el que la variación fue del -0,6%.
El INE informa de que la subida se debe al incremento de los precios de la electricidad y de los carburantes y los combustibles que, en marzo de 2020, bajaron en el marco del arranque del Gran Confinamiento. Por su parte, la inflación subyacente, la que no incluye ni alimentos no elaborados ni productos energéticos, se mantiene en el 0,3% de febrero, tres décimas menos de la registrada en enero y un punto por debajo del IPC general.
Este aumento tan drástico del IPC, cuya tasa es la más alta registrada desde abril de 2019 (1,5%), puede producir alarma en cuanto representa la amenaza de una pérdida de poder adquisitivo para las rentas de los ciudadanos si se alarga la tendencia ascendente en los próximos meses.
Sin embargo, los economistas quieren poner el foco en la inflación subyacente, la que proyecta la evolución de este indicador económico a medio plazo. “La subyacente se mantiene estable y son los componentes más volátiles los que están marcando los aumentos, sobre todo la energía”, asegura Gregorio Izquierdo, director general del Instituto de Estudios Económicos (IEE). Este hecho prevé “un crecimiento moderado de la inflación a lo largo del año, lógico ya que 2020 fue un año extraordinario en cuanto a la pérdida de actividad económica”.
Crecimiento que se considera natural si 2021 es el ejercicio de cierta recuperación económica. “Hay que ver cómo evoluciona la inflación en los próximos meses, pero, en principio, la subida no es tan negativa porque indica que se está recuperando la actividad”, opina Antonio Pedraza, presidente de la comisión financiera del Consejo General de Economistas.
Este experto insiste, igualmente, en que el dato de la inflación subyacente es el que hay que temer en cuenta, “está contenida, lo que significa que el repunte es circunstancial”. Energía, carburantes y alimentos no elaborados “están fuera del núcleo duro del IPC y son muy volátiles”, añade. El director general del IEE explica que, además, “el efecto estadístico es mayor que el real” puesto que el INE ya no pondera los productos en 2021 igual que en la cesta de consumo base de 2016, caso de los combustibles.
La tranquilidad respecto a un aumento brusco de la inflación, indica Antonio Pedraza, hay que buscarla en las previsiones de los bancos centrales. El Banco Central Europeo publicó a mediados de marzo que la tasa de inflación de la eurozona en 2021 se va a situar en el 1,5%, como un indicador del retorno de la actividad que la pandemia frenó de golpe, y debido a la reformulación del índice para adaptarlo a la pandemia (ver despiece).
Pedraza se refiere al contexto internacional para argumentar que la subida de la inflación no es preocupante de momento. “En Estados Unidos han crecido los tipos de interés a largo plazo, lo que puede estar “detrás del aumento de la inflación, pero también interpretan que el mismo se debe a la vuelta de la dinámica de la economía”. Y en Alemania, el IPC está en torno al 2% por los gastos derivados de la pandemia y “pese a su mentalidad ahorradora, no les preocupan ni el déficit ni la inflación”, agrega Pedraza.
Los dos economistas sostienen que un aumento de los precios siempre es un factor negativo de cara al poder adquisitivo. No obstante, Izquierdo afirma que, en el caso de las pensiones, “este poder está garantizado con el aumento del 0,9% que han tenido”, con lo que, si los precios se mantienen con incrementos moderados este año, no hay motivo de alarma en este sentido para los pensionistas. La subida de la inflación en marzo sigue la tónica de los países de la eurozona. El IPC armonizado en España es de un 1,2% interanual, casi un punto y medio por encima del registrado el mes anterior.